SEMILLA NAVIDEÑA
Cómo es costumbre en nosotros, siempre celebramos días especiales con entradas especiales...y esta es una de ellas. Una historia de miedo, que puede dar alguna semilla de aventura, para este día.
CARTA EN NAVIDAD
Son días de fiesta, días de mucho frío. Antes de desfilar con vuestro carro con renos, habéis quedado para comer. Aunque los regalos no se reparten solos, siempre es bueno descansar un rato y tomar algo. Sois compañeros de profesión, y habéis pasado mucho juntos.
Entráis en una pequeña taberna, y pedís lo de siempre. Sin embargo, algo os llama poderosamente la atención: cuando os dirigis a sentaros en vuestra mesa habitual, veis que han dejado un sobre de color rojo. Nadie sabe de quién es ni adónde va dirigido. En ese sobre hay una carta y se adjunta un par de fotos. Si uno de vosotros se atreve a leer el contenido, la carta muestra lo siguiente:
Entráis en una pequeña taberna, y pedís lo de siempre. Sin embargo, algo os llama poderosamente la atención: cuando os dirigis a sentaros en vuestra mesa habitual, veis que han dejado un sobre de color rojo. Nadie sabe de quién es ni adónde va dirigido. En ese sobre hay una carta y se adjunta un par de fotos. Si uno de vosotros se atreve a leer el contenido, la carta muestra lo siguiente:
23 de
Diciembre 2017.
Logo de la
prisión de Máxima Seguridad de la zona.
“Querido
Papa Noel:
Voy a
relatar lo sucedido hace algún tiempo, aunque mis sentidos rechacen la propia
esencia de lo que estoy escribiendo. Mañana moriré y quisiera ahora liberar mi
alma, demostrando al mundo una serie de acontecimientos que me queman
todavía por dentro. Igual os parecerán hechos horribles y espantosos.
Desde
pequeño sentía una auténtica pasión por la Navidad. Combina la devoción que le
tenía a todos los animales. Pues estas fechas son muy importantes para mí.
Me
casé joven y a mi mujer también le gustaban los animales. Tuvimos pájaros, un
pez de color de oro, un magnífico perro, conejos, un mono pequeño y un gato.
Era este último animal muy fuerte y bello, negro y de una sagacidad
maravillosa.
Mi
mujer aludía a su inteligencia como si la antigua creencia popular de estos
animales, se produjera con nuestro gato. Plutón, así es como se llamaba el gato.
Me seguía a todas partes, éramos amigos. Pero hubo una época en la que yo cambié, me
encontraba más irritable, más indiferente a los sentimientos ajenos. Las
discusiones con mi mujer aumentaban, usando un lenguaje más brusco, incluso
violento. No sentía ningún escrúpulo en maltratar a los conejos, al mono e incluso
al perro. Este mal se dió cuando tenía mucho tiempo libe y se acercaba la Navidad.
Una noche, regresé con el criado a casa disfrazado de Papa Noel, después de tomar un par
de copas. Completamente ebrio, vi que el gato evitaba mi presencia. Entonces lo cogí, pero él me
araño. De mí se apoderó repentinamente un furor demoníaco. Saqué el saco rojo
lo metí dentro, e intente ahogarlo presionando con mis manos, su fino cuello. Algo
me había poseído. Uno de sus ojos salió de su cuenca. Mitad horror y mitad
repugnante. La órbita del ojo perdido presentaba, un aspecto espantoso. Me desperté
al día siguiente con un gran dolor de cabeza.
Pasado
un tiempo, su curación fue muy lenta.
Aún lleno de remordimiento, en cuanto el gato me veía, huía aterrorizado. Una
mañana, a sangre fría, ceñí un nudo corredizo, con la cuerda de tender, en torno
a su cuello y lo ahorqué de la rama de un árbol. Lo ahorqué con mis ojos llenos
de lágrimas.
Al día
siguiente me despertó el grito de: "¡Fuego!" Ardían las cortinas de
la habitación. La casa era una gran hoguera. Mi mujer, mi criado Eduardo y yo logramos
escapar del incendio. La destrucción fue total. Visité las ruinas el día
siguiente al del incendio. Excepto una, todas las paredes se habían derrumbado.
En torno
a aquella pared se congregaba la multitud. Me acerqué y vi, como pintado en la pared a
modo de un bajorrelieve esculpido sobre la blanca superficie, la figura de un gigantesco
gato. Rodeaba el cuello del animal una cuerda.
Buscamos
un alquiler, en un sótano nos acoplamos, parecía más una cueva que otra cosa. Eduardo
tuvo que dejarnos (ya que no teníamos dinero para pagarle). Durante algunos
meses no me pude liberarme del fantasma del gato. Llegué incluso a lamentar la
pérdida del animal. Una noche, cerca de la casa en un callejón continuo, me
fije en un objeto negro que yacía en lo alto de uno de los inmensos barriles. Era
un gato negro, enorme, tan corpulento como Plutón. Salvo que tenía una señal
ancha y blanca que le cubría casi toda la región del pecho.
Lo
cogí y me lo lleve a casa. Cuando llegó, se encontró como si fuera la suya, y se
convirtió rápidamente en el mejor amigo de mi mujer. Por mi parte, no tardó en
formarse en mí una antipatía hacia él. Yo evitaba su presencia, una especie de
vergüenza me envolvía. Como Plutón, también él había sido privado de uno de sus
ojos (por razones las cuales desconozco). Sin embargo, esta circunstancia contribuyó a
hacerle más grato a mi mujer. Eduardo vino de visita una tarde, y se extraño de
que tuviéramos otro gato y además tan parecido a este. El gato os ha traído mala
suerte (y además tenéis que gastaros el dinero en mantenerlo) y os volverá a traer mala suerte, dijo. No
paraba de repetirlo.
Aun en
esta celda de criminal, me avergüenza confesar que el horror y el pánico que me
inspiraba aquel animal no se podían calcular.
Me
decidí sin compasión a acabar con aquello que me atormentaba, estuve bebiendo
toda la tarde. Esa misma noche vestido de Papa Noel, saque del armario un hacha
grande y olvidando mi miedo, dirigí un golpe al animal, que hubiera sido mortal
si le hubiera alcanzado como quería. Pero la mano de mi mujer detuvo el golpe. Una
rabia más que diabólica me produjo esta intervención. Liberé mi brazo del
obstáculo que lo detenía y le hundí a ella el hacha en el cráneo. Mi mujer cayó
muerta instantáneamente, sin exhalar ni siquiera un gemido.
Llame
a Eduardo, que casualmente se encontraba muy cerca de la casa. Realizado ya el
horrible asesinato, inmediatamente procuramos esconder el cuerpo. Me di cuenta de que no
podía hacerlo desaparecer de la casa, sin correr el riesgo de que se enteraran
los vecinos.
Decidimos emparedarlo, como se dice que hacían en la Edad
Media los monjes con sus víctimas. Había un saliente en uno de los muros,
producido por una chimenea artificial. Dudé que me sería fácil quitar los ladrillos
de aquel sitio, colocar el cadáver y emparedarlo del mismo modo, de forma que ninguna
mirada pudiese descubrir nada sospechoso, pero Eduardo estaba convencido que
era la mejor manera. No le engañó su cálculo. Ayudado por una palanca, separé sin dificultad
los ladrillos, y habiendo luego aplicado cuidadosamente el cuerpo contra la
pared interior, prepare una argamasa de cal y arena, una capa que no podía
distinguirse de la primitiva y cubrí escrupulosamente con ella el nuevo tabique.
Mi
primera idea, entonces, fue buscar al animal que fue causante de tan tremenda
desgracia. Si en aquel momento hubiera podido encontrarle, nada hubiese evitado
su destino. Transcurrieron el segundo y el tercer día, el gato no aparecía. Yo
daba por asegurada mi felicidad futura, ya que tenía el silencio prometido de
Eduardo y el gato ya no estaba.
Al
cuarto día después de haberse cometido el asesinato, se presentó inesperadamente
(algo que me puso muy nervioso) en mi casa un grupo de agentes de Policía y
procedió a una rigurosa investigación del local. Los agentes quisieron que les
acompañase en sus pesquisas. Fue explorado hasta el último rincón.
Antes
de irse, dije: Señores, deseo a todos ustedes una buena salud. Dicho sea de
paso, tienen ustedes aquí una casa construida. Puedo asegurar que ésta es una
casa excelentemente construida. Estos muros están construidos con una gran
solidez. Entonces, por una fanfarronada frenética, golpeé con fuerza, con un
bastón que tenía en la mano en ese momento, precisamente sobre la pared del
tabique tras el cual yacía la esposa de mi corazón. Se derrumbo mostrando el
interior y durante un instante se pararon los agentes en un silencio atroz. El terror
los había dejado atónitos.
Doce
brazos robustos atacaron la pared, que cayó a tierra de un golpe. El cadáver, muy
desfigurado y cubierto de sangre coagulada. Sobre su cabeza, inmóvil y llameando el único ojo, se posaba el gato,
ese odioso animal cuya astucia me llevó al asesinato y cuya presencia me
entregaba al verdugo.
Pero
al final yo había emparedado al monstruo en la tumba.”
Atentamente
Edgar J.R.
La carta era terrible. Ninguno de los presentes esperaba aquella revelación tan atroz. Y menos en aquel lugar, en plena festividad de Navidad. Decidieron finalmente quemar aquella carta de mal agüero, y tras terminar de tomar algo, salieron a realizar su reparto de regalos en sus carros de renos.
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Gracias a Esklavo por el aporte. ¡Pasadlo bien, y felices fiestas!
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